jueves, 8 de mayo de 2014

Yeshúa, camino de justicia y santidad

Todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige. David dice lo mismo cuando habla de la dicha de aquel a quien Dios le atribuye justicia, sin la mediación de las obras: ¡Dichosos aquellos a quienes se les perdonan las transgresiones y se les cubren los pecados!

El propósito de la elección divina, no es en base a las obras sino al llamado de Dios; por lo tanto, la elección no depende del deseo ni del esfuerzo humano, sino de la misericordia de Dios. Nuestra santificación es hecha mediante el sacrificio del cuerpo del Mesías Yeshúa, ofrecido una vez y para siempre. Él nos amó, somos su iglesia, se entregó por nosotros para hacernos santos, nos purificó lavándonos con agua mediante la Palabra, para presentarnos a Sí mismo como una iglesia radiante, sin mancha ni arruga ni ninguna otra imperfección, sino santa e intachable.

El que confíe en el Señor no será jamás defraudado.

Ya ha llegado el día de las Bodas del Cordero. Su novia se ha preparado y se le ha concedido vestirse de lino fino, limpio y resplandecente. Dichosos los que han sido convidados a la cena de las Bodas del Cordero. ¡Ahí viene el Novio! ¡Salgan a recibirlo! Entonces todas las jóvenes se despertaron y se pusieron a preparar sus lámparas. La Palabra de Dios es la lámpara. El Espíritu Santo con el cual estamos sellados es el aceite.

La Palabra de los profetas, a la cual prestamos atención, es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en nuestros corazones, donde Dios puso su Santo Espíritu mediante su grande amor por nosotros. Retengamos con firmeza la Palabra de Dios que ya está escrita en nuestra mente y en nuestro corazón, hasta que el Señor venga. 

Todos somos justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige.

Yeshúa jamás transgredió la ley, la cumplió. Nos dio su Espíritu mediante el cual nosotros obedecemos, porque somos la alabanza de Su gloria. Hacemos lo que la ley nos manda, porque somos Hijos de Dios, y amamos al Señor, que pagó el precio de nuestro rescate.

¡La Sangre del Mesías purifica nuestra consciencia de las obras que conducen a la muerte, a fin de que sirvamos al Dios viviente!

Manteniéndonos firmes en la fe, resistimos al diablo.

Romanos 3: 28, 4: 6-8, 9; Hebreos 10; Efesios 5: 25-27; 1 Pedro 2: 6; Apocalipsis 19: 7-9; Mateo 25; 2 Pedro 1: 19; Apocalipsis 2: 25; 1 Pedro 5: 9.